De la tierra a la luna, un viaje imposible…, por Silvia Santipolo


                 Una luminosa mañana de noviembre, con mis ocho años recién cumplidos, llegué hasta la biblioteca del Club Ciclista para cambiar El último mohicano, por otro libro. 
Era todo un ritual mágico subir la escalera curva, abrir la puerta de madera e ingresar en ese paraíso de papel, donde imperaba el color marrón, el aroma de la cera del piso crujiente (porque al caminar los mosaicos hacían un ruido particular) y ver por los ventanales, en época de primavera, el profundo azul del árbol de la vereda de enfrente.
La larga mesa central siempre estaba cubierta de libros.
Devolví el que llevaba y comencé a mirar en la pila de los infantiles.
Un sinfín de aventuras, un abanico de historias, una paleta de colores en cada tapa, en cada personaje. Sin embargo, algo apartado de los demás sobresalía De la Tierra a la Luna, de Julio Verne. 
-¿Puedo llevarme éste?-, pregunté. 
La señora bibliotecaria me contestó que sí, pero explicándome muy amablemente que era un libro de ciencia ficción, que lo que ahí se contaba no era verdad, puesto que no existían naves para realizar ese viaje al espacio. No era cuestión de magos o de brujas que hacían cosas imposibles, no, era ciencia ficción, máquinas y personas que realizaban maniobras raras, rarísimas. Regresé a casa intrigada, con dudas y con expectativas ante lo desconocido. 
En horas robadas a la siesta, leí buena parte de la novela y creo que no hice caso de aquella explicación: todo lo que relataba parecía tan real, tan trabajoso, pero tan posible… Más aún cuando, luego de intensos preparativos, luego de los sacudones del despegue y del viaje por lejanías extrañas, los tripulantes siguieron vivos y llegaron a la Luna. Los valientes andariegos cumplieron su sueño…en la novela de Verne. 
Terminé el libro y lo repuse, sin contradecir esa razonable versión de la señora bibliotecaria.
Después pasaron los días, llegaron las vacaciones de verano, juegos, otras lecturas y claro está, como el tiempo de descanso se va volando, llegó de nuevo el otoño y otra vez la escuela. 
Julio Verne parecía ser sólo un libro más.
Pero no.
En julio (precisamente) de 1969, estando en cama, con las infaltables anginas propias del invierno, con sólo caldo, jugo de naranja y las terribles inyecciones de antibiótico, vi con asombro por televisión como despegaba…un cohete hacia la Luna.
Cabo Kennedy, Apolo XI, alunizaje, eran palabras nuevas que me recordaron aquella historia especial. 
Escenas conocidas de la partida en medio de la humareda, del largo trayecto en el espacio y, por último, del hombre caminando sobre la Luna.
No encontré diferencia notable con esa lectura de ciencia ficción “imposible”. Ya me parecía a mí que los libros no mentían… Desde entonces y cada vez más, cuando alguien duda de algún adelanto científico, me acuerdo de tantos magníficos escritores que soñaron hace mucho, un mundo donde la máquina sería una estrella en la existencia de la humanidad. 
                                                              
                                                     Silvia Santipolo


P. D.: No estoy segura si allá por 1968 ya estaba el hermoso árbol (¿de jacarandá?) que se veía desde los ventanales de la antigua biblioteca, pero si no es así, pido disculpas por la licencia literaria…no podía dejar de mencionar su belleza.



Silvia, es sancayetanense, Profesora de Historia, apasionada lectora desde su niñez,  e integrante del Taller Literario  "Hoy más que ayer, pero menos que mañana"

Comentarios

  1. Maravilloso relato Silvia!!! Muy rico!!! Me recuerda a tus fotografías...muestran tu capacidad de ver más allá de lo dado, que evidentemente, ya la cultivabas desde niña....

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