La Pantera Rosa (Segunda Parte) por Rosana González
Pincelada autobiográfica en rosa
(Brochazo 2)
La pereza no es buena aliada pero me faltaba lucidez para comprobarlo. Fue por eso que en más de una ocasión opté por dejar apoyada mi bicicleta en la pared exterior -como antes- incluso con los libros que usaría al día siguiente, en las primeras clases de la mañana. Nuevas advertencias de madre. Misma indolencia de hija.
Y la profecía se cumplió de modo inexorable una vez más. Nadie escapa a su destino cuando la verdad se revela de antemano. Y así fue: desapareció una noche, sin dejar una estela de luz rosada que me permitiera seguir su rastro incierto. No podría afirmar que no me dolió pero me lo había ganado una vez más por pelotuda (sabrás disculparme, lector, pero no cabe aquí la palabra negligente: para los argentinos el primer adjetivo tiene una potencia insustituible y nuestro querido Fontanarrosa me justificaría). De este modo, asumiendo mi destino, volví a recuperar sin remedio mi hábito anterior: caminar con velocidad de rayo.
Pasaron varios días y esta vez parecía haber prendido una consternación comunitaria. Yo había aceptado el fruto de mi acción (o inacción) sin dramatismo. Pero mis alumnos me preguntaban por qué ya no usaba “La Pantera Rosa”; salía a hacer compras y en distintos comercios se lamentaban con el comentario: “¡Así que te robaron tu bici rosa!...” Hasta me detuvieron más de una vez en la calle mujeres y hombres que yo no conocía para preguntarme: -“¿Es verdad que te robaron tu bicicleta rosa? ¡Qué barbaridad!¡Hacerle eso a una mujer que trabaja y la necesita!” Y otras expresiones similares. Te aseguro, lector, que la misma sorpresa que vos estás experimentando, la experimenté yo antes que vos. Y aprovecho para decirte que no hay ficción en esto. Así, como esta, muchas otras cosas similares suceden en mi pueblo.
Una tarde, al salir de la escuela secundaria más cercana a mi casa, me detuvo un hombre que conocía y me dijo: “-Disculpame ¿a vos te robaron tu bicicleta y es rosa, ¿no?” Asentí una vez más. Y continuó animado: “-Mirá, yo tengo unas vacas y las saco a pastar a la calle, ¿viste? Falta un poco el pasto en esta época y a los costados de la calle hay bastante pasto crecido…” (¿?) Imaginate mi cara en ese momento: quizá sea la misma que vos tendrás ahora. Asentía muda, con la cabeza. Y prosiguió: “-Fijate que yo andaba en eso, a la mañana muy temprano, casi al amanecer, cuando descubrí en la alcantarilla algo que sobresalía entre el pasto. Me acerqué, corrí un poco un matorral y ahí, tirada, había una bicicleta. Avisé a la policía y la llevé. Es rosa y por las señas particulares (sic) yo creo que es la tuya” –explicó con orgullo y jerga policial incluida- “¡Andá a fijarte! –continuó, rematando con jactancia- Si es, acordate que yo la encontré”. A la sorpresa inicial, se sumó la risa incontenible ya. Le agradecí reiteradas veces, mientras trataba de encontrar palabras para agregar algún comentario y algo más o menos así surgió: “Si se trata de mi bicicleta, me resulta increíble, como de película”. Enseguida le relaté mi experiencia anterior, cuando había desaparecido en las mismas circunstancias y la había recuperado por el llamado telefónico de una vecina que había escuchado acerca de la aparición de una bicicleta como la mía por una FM local.
Era la mía nomás. Así recuperé nuevamente “La Pantera Rosa”. Algo maltrecha, sin el ojo de gato trasero y algunos raspones inevitables pero junto a mí.
Con el paso de los años, algunos alumnos me preguntaron: ”-¿Por qué no te comprás un auto, profe?” A lo que contesté reiteradamente con estas palabras u otras parecidas: “-¡Porque soy feliz así!... Acá las distancias son cortas. No lo necesito. Pero, fíjense que le introduje mejoras a mi bicicleta: hice recambio de gomas, pedales, frenos; también le puse un canasto más grande de plástico oscuro y un ojo de gato importante, moderno. Tiene su pinta, fíjense… Y así doy indicios de prosperidad económica”. Nos reíamos juntos. Compartíamos charlas similares, donde intentaba transmitir que en verdad no necesitamos demasiadas cosas para ser dichosos.
Los ciclos inevitables del tiempo todo lo transforman. Fluye la vida ofreciendo nuevos rumbos, bifurcando de mil modos los senderos de aprendizaje que iluminan nuestro tránsito por este mundo. Y mientras vamos creciendo, nos vamos despojando de aquellas cosas que alguna vez tuvieron valor. Aunque no la dejé marcharse de mi vida, “La Pantera Rosa” quedó arrinconada en el garaje de la casa de mis padres, ya sin libros en su canasto y con su carga de historias dormidas. Aguantando quizá en la penumbra el sopor de las horas muertas. Cumplió su misión. Actualmente, alguna vez, sale a deambular por las calles del pueblo. Pero yo que conozco sus secretos sé que extraña su vieja misión escolar que poblaba su cotidianeidad de risas espontáneas y desafíos imprevisibles.
Rosana Ivón González
La primer parte de este rico texto la puedes leer desde acá
Gonza. Divertida y emocionante!!!! Hermoso todo lo que escribís compañerita de tantas correrias!!! Susana
ResponderEliminarHermoso final.
ResponderEliminarUna de las cosas lindas de la cuarentena fue que volví a leer, y entre lo más hermoso que leí, está este texto tuyo. Gracias Rosana.
Celebro cada vez que te leo.
Abrazo.
Gonzalito has revolucionado al grupete de alumnos y docentes de aquellas Salas de Profesores inovidables con tu texto, ahora con este cierre hermosísimo completas tan hermosos recuerdos, contados con tanta riqueza, graciassss!!!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAhhh!!! Parecía escucharte mientras leía este magnífico relato!!! Cargado de emotividad, suspenso, por momentos, añoranzas de un remoto pasado no muy lejano.
ResponderEliminar¿Qué decirte, Profe? Es tan real lo que narras llegando al final: "...Y mientras vamos creciendo, nos vamos despojando de aquellas cosas que alguna vez tuvieron valor...". Y creo fervorosamente, que es así. Tu "Pantera Rosa" fue tu medio de locomoción por muchísimo tiempo, pero hay algo muy ,pero muy valioso que queda en nosotros- al menos en mi-: la enseñanza que dejaste a tus alumnos. Eso...queda por siempre en la memoria de quienes te conocemos.
¡Nuevamente, estoy encantado de volver a leerte!
Un cariño inmenso, Rosana.
Me encantó!!!
ResponderEliminarOjalá tengamos la oportunidad de seguir leyendo tus relatos.
Me encantó tu relato, tan simple y verdadero...hermosa persona y de una gran calidez humana. Besos!!!
ResponderEliminarMe encantó el relato, volví al secundario, donde te hicimos renegar pero te queríamos mucho. Hoy en perspectiva, veo que somos casi de la misma edad y tan jovencita te bancaste nuestro grupo.
ResponderEliminarGenia Ro!!! Este relato es como una foto que te da ganas de mostrar para que la gente de ciudad se pueda imaginar lo anecdótico que es vivir en un pueblo chico
ResponderEliminar¡¡¡Ay, pensé que no aparecía más, pero sí! ¡Qué alivio!! Hermosa historia, encierra muchas cosas...hasta un toquecito de magia del destino: la Pantera Rosa sí o sí debe volver a casa.
ResponderEliminarHermoso relato, creo que nos hizo a todos viajar en el tiempo, de los que fuimos tus alumnos. Gracias por tus palabras escritas llenas de emoción. Anita
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