UN CUARTO CON UNA VISTA, por Eduardo Parino

No puedo escribir acerca de Venecia,

sólo puedo escribir sobre mí

y los sentimientos aletargados

que Venecia ha despertado.

Jessica Zafra, Twisted Travels


“A Room with a View” es el título de un encantador film de James Ivory, basado en la novela de E.M.Forster y ambientado en Florencia en el siglo XIX, narra la relación que nace entre 2 jóvenes británicos durante unas vacaciones en Italia cuando el “Grand Tour”, ese viaje iniciático que hacían los aristócratas ingleses hacia tierras mediterráneas, era casi una obligación para embeberse de la cultura clásica y completar su formación intelectual. Aquí se conoció como “Un Romance Indiscreto”. 
En uno de mis viajes a Venecia en un hotel a mitad de camino entre Piazza San Marco y el puente de la Accademia solicité una habitación al frente, con vista al campo del Giglio. En la ciudad lagunar, sólo San Marco (“el salón más bonito de Europa”, según Napoleón), centro cívico y religioso de la ciudad recibe el nombre de piazza, las demás plazas secas, más pequeñas en general, se denominan campo, que en dialecto veneciano también significa plaza. Las hay de todas las formas geométricas y tamaños y suelen anteceder a una iglesia de la cual toman el nombre. La vecina Santa María del Giglio preside este espacio mencionado y le confiere su título. 
El cuarto contaba con una ventana con batientes verdes (postigos) y un pequeño balcón que permitía la visión del campo. Me gustaba asomarme temprano a la mañana, cuando en ausencia de las hordas turísticas las palomas se enseñorean del espacio, únicamente perturbadas por las labores de descarga de los changarines que abastecen a los locales gastronómicos de la vecindad. El runrunear de los carros de reparto al desplazarse sobre las lastras del pavimento sólo es desafiado por el sonido de las campanas de San Marco que comienzan a tañer en forma horaria desde las 7.00, convocándonos a disfrutar de los destellos dorados que el sol en su ascenso arranca a los mosaicos de las lunetas que coronan el nártex de la basílica del santo patrono. 


Poco después de acomodarme, me percaté que vecino al marco de la puerta de ingreso al cuarto una placa contenía una inscripción que rezaba “Cath & Nich”. Me pregunté quiénes serían: ¿visitantes asiduos del hotel? ¿alguna pareja reconocida internacionalmente que yo ignoraba? La incógnita se develó poco después. Recorriendo las paredes de la habitación visualicé un cuadro enmarcado que contenía una nota redactada por Nich donde contaba su historia. 
Catherine y Nicholas eran 2 turistas americanos que habían llegado a ese hotel y ese cuarto en 1996 por primera vez; como suele suceder, fueron conquistados por la magia de la Serenissima y volvieron cada año durante los 13 siguientes, siempre a la misma habitación. Con el tiempo empezaron a ser reconocidos por personal del hotel: gerentes, conserjes, recepcionistas, camareros, botones y sintieron que tenían allí un nuevo hogar y una nueva familia. Les gustaba pensar que ya eran un poco venecianos y que la ciudad los había hecho parte de ella. Catherine era una artista plástica y al saber de esto, el gerente del establecimiento le propuso organizar una muestra en el bar del hotel, que lleva el nombre de Tarnowska, por una condesa rusa que en 1907 instigó en ese preciso lugar el asesinato del conde Kamarovsky, un ex amorío, perpetrado por otro de sus amantes. Un año después Catherine enfermó y murió al siguiente. Nicholas volvió una vez al mismo cuarto, pasados 3 años de la muerte de su amada y en la parte final de su evocación afirmaba, en un modo muy poético, que cuando la brisa nocturna proveniente de la laguna se filtraba a través de los batientes acompañando la luz de la luna plateada, él sentía que era su Ángel que venía a hacerle compañía en su soledad sin esperanza. 
Venecia es éxtasis y agonía, aurora y ocaso, epifanía y zozobra, la alegría festiva de la belleza voluptuosa y la aprensión perturbadora de ser expulsado algún día del Paraíso. Espejo sobre las aguas en verano, espejismo con fantasmagóricas formas que apenas se adivinan entre la niebla del Adriático en invierno. Seductora y letalmente atractiva. Delicada y eterna. Ambigua e indescifrable. Intangible y dionisíaca. A mitad de camino entre el mar y la tierra. Sin antes ni después. Ciudad de Amor y de Muerte como la describieron Henry James y Thomas Mann. Inductora del deseo, la pulsión puede llevarnos a exacerbar nuestras propias contradicciones hasta hacernos desbarrancar de la montaña de los goces. 
Cada vez que volvía a Venecia, intentaba que me asignaran la consabida habitación. Y al caer la tarde, cuando la fatiga de mis pies trajinados me devolvía al hotel, solía acercarme a la ventana y empujar los postigos verdes. El murmullo de cientos de turistas que cruzaban el campo en todas direcciones despabilaba por un instante mis sentidos, pero cuando todo ese ajetreo tornábase inadvertido, la historia de Catherine y Nicholas volvía a mí, tan conmovedora como inquietante, al tiempo que el crepúsculo veneciano se precipitaba sobre los tejados rojos incendiando el cielo de un anaranjado intenso. 
                                                                                Eduardo Parino






Eduardo es sancayetanense radicado en Ciudad de Buenos Aires, médico, lector voraz, amante de la historia, del arte, de la ópera y la cocina italianas, y de las cosas bellas en general. Tiene escrito otro texto en este Blog que puedes ver desde acá.

                   

Comentarios

  1. Eduardo, tu maravilloso texto me hace pensar que además de médico de excelencia y profesor de medicina sos un escritor nato...Tus palabras, con la riqueza de tus descripciones, nos transportan al lugar y a los diferentes momentos, bellísimo!!! Gracias por compartirlo!!!

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  2. Buenisima cronica Eduardo. Queremos leer más!

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  3. Complimenti Edoardo!! Bellissimo testo e Bravissimo come al solito!! Un abbraccio

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  4. Tal cual...una historia conmovedora e inquietante...con magia...con amor...con arte... ¡Precioso relato!!

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