Verano en la Sáenz Peña, por Jorge Dip

La mañana se inicia con una leche fría a la que la “cascarilla de cacao” le ha dado una impronta similar a la de una bebida chocolatada que hoy le dan sabor primeras marcas. En el barrio humilde de la calle Sáenz Peña no suele llegar masivamente el Vascolet, pero los pibes lo conocemos porque un vecino nos convida un vaso cuando la pelota emprende uno de sus viajes caprichosos al terreno amplio donde se estacionan tractores y cosechadoras.
El desayuno veraniego se completa con algún buñuelo o recortes de masa de hojaldre que se desprenden de los pasteles encargados y ya entregados que elabora mi vieja. La calle de tierra presagia que el viento soplará fuerte, como casi todos los días en este sector de San Cayetano, dos cuadras pasando el edificio de la Cooperativa Eléctrica, el último mojón de civilización de los que viven en el centro del pueblo.
“Ojalá pase el regador”, piensa en voz alta mi mamá, mate en mano, anhelando que el camión destartalado del Municipio se digne a pegarse una vuelta por esta arteria perdida en el mapa del ejido urbano. “Son muchas las calles de tierra”, replica con un gesto de resignación, sabiendo que quizás hoy no tengamos la bendición de un poco de agua en ese trazado que levanta polvo y cuya temperatura derretirá las suelas de cualquier calzado.
Un ventilador viejo, que ruge como viejo león de circo, sabe que le espera una jornada de intensa labor, ya que a media mañana será encendido para simular un ambiente fresco y agradable. Mi vieja saldrá a trabajar, comprará algunos ingredientes para hacer una ensalada, unas frutas y regresará exhausta. Hace un par de días espero ir a campo a trabajar con mi viejo, a arreglar un molino, para respirar el viento en el campo, empaparme de agua durante la reparación, refrescarme casi de prepo o lanzarme en un tanque australiano para sentir que las gotas recorren el rostro y bajan la temperatura corporal.
Pero el laburo no sale aún y la Sáenz Peña será la filial del infierno...la siesta será imposible, las plantas del patio parecen emanar calor de horno de barro y el agua que sale fría del bombeador, se entibia y se hace sopa de manera tan veloz que ya no apaga la sed crónica de este día.
Los más corajudos ya juegan un picado en el potrero de los García, con el torso desnudo y la remera atada en la cabeza. Me sumo a desgano pero de a poco entro en ritmo, el sudor salado nubla la vista, pero mi deber de defensor rústico será marcar al habilidoso que remonta la línea del lateral como si tuviera aire acondicionado incorporado. El aire se me hace esquivo, pero ya las piernas tienen vida propia y se lanzan a trabar la pelota. Consigo quitarle el tesoro del balón, pero me raspo hasta el alma con una gramilla traicionera. Ya ni llevamos la cuenta del resultado deportivo, pero mientras me mojo la rodilla con una manguera de dudosa procedencia, veo doblar la antigua camioneta de mi viejo que llega a mi casa. No hace falta que me llamen, el cotejo ya es historia para mi; me disculpo, pero como son casi todos laburantes, entienden que si llegó el vehículo conducido por Abelito, mañana habrá trabajo y debo ir a dormir a su casa.
Lástima que parezca que arrugué y me retiro después de un raspón fulero que no me dejará dormir del ardor, pero confirmo la sospecha, armo la pilcha de trabajo media liviana porque mi papá-patrón afirma con total convicción que escuchó en una radio AM regional el pronóstico de temperaturas elevadas (él lo dijo a su modo, con una carcajada gastándome) y a la nochecita llueve.
Que más podía pedir de mi verano recién iniciado? Iría al campo, la llanura me regalaría en su inmensidad pampeana su brisa, conversaría sobre chicas y fútbol con el viejo, al final del día recibiría mi pago por un trabajo que tonificaba mis músculos y forjaba el alma. Como broche de oro, la promesa de una lluvia estival mojaría mi calle y aliviaría mi sueño.
Esos fueron mis tesoros de adolescencia: aguantar el calor sin lujos porque siempre hay esperanza y alivio a la vuelta de la esquina, valorar el esfuerzo del laburo aprendiendo que todo rol es importante.
Esa Sáenz Peña ha sido génesis para muchos textos de nostalgia, risas. Aunque no esté el dulce de tomate con el que homenajeaba el paladar mi vecina Carmen, y la pelota no se eleve hasta pinchar una nube, siempre tendré un instante de cada verano de mi existencia para añorar la calle que alojó mi infancia, templó mi adolescencia y me vio hacerme hombre siendo testigo de mis logros y desventuras.
                                                                                         Jorge Dip




Jorge, con la riqueza literaria que lo caracteriza ha escrito otros dos textos en este Blog : "María y los fuegos" que puedes ver desde acá  y "Rituales Compartidos", que puedes ver desde aquí

Comentarios

  1. Jorge, la riqueza de tus textos invita a leerlos una y otra vez, gracias por compartirlo,felicitaciones!!! Sosun escritor nato, bellísimo....

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  2. Me conmueve profundamente tu relato, es de una belleza incomparable. Me transporta a la infancia, a esos veranos tórridos sancayetanenses y me hace sentir que estoy ahi, casi jugando al futbol yo también.
    Admiro tu enorme capacidad de valorar las cosas simples, esas que no perdemos a lo largo de la vida, y a las que seguis describiendo con alma de niño.
    Gracias por compartir esos momentos!

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