Aprendizajes en la Capilla San Roque, por Jorge Dip


            En la línea de la vida, llena de espacios imperceptibles a la memoria, hay mojones inalterables que residen en nuestro disco rígido para tomar decisiones trascendentales. 
Esa golosina compartida de corazón en un patio escolar, la mano tendida cuando el amigo se cae bajo el peso de la mochila, recoger un paquete que se le cae de manera accidental a una señora que apresurada por los mandados no mide sus movimientos...Pequeñas acciones que definirán nuestros valores de adultos y son heredados o enseñados por quienes forman parte de nuestro vínculo afectivo. 
Hay contextos históricos que nos ponen a prueba, como el año 1989 cuando nuestro país transitaba una crisis económica dura, de esas que duelen a los de abajo más que a nadie porque no permiten que el alimento llegue a la mesa del laburante, y mucho menos a los viejos. 
Con el título de jubilado en el hombro, debiendo ser un honor tras años de intenso trabajo, no faltan oportunidades que esa etiqueta es un estigma, cuando no un pesar. Ese año en particular castigó duro esa franja de edad que es de las más vulnerables de la sociedad... 
Época de garrafa, kerosene y leña sin distinción de clases en cuanto al confort, pero sí del recurso económico para hacerse de estos elementos primordiales para estar calentitos en casa o cocinar, cuando había que meter dentro de la olla. 
Año bisagra para mí, que cursaba sexto año de la escuela primaria a la que llegaba en el colectivo municipal. En casa también pegaba la falta de plata, aunque mi vieja fuera una economista que con pocos ingredientes realizaba una comida tan deliciosa como para que tu olfato y paladar le rindieran homenaje eterno. 
No recuerdo cómo se tomó la decisión, pero a un grupo de colaboradores de la Iglesia Católica se le encomendó la noble tarea de cocinar para abuelos de las inmediaciones de la Capilla San Roque, que no estaba tan rodeada de barrios sociales como ahora. 
Se recibían donaciones de diferentes ingredientes, casi siempre de las mismas manos solidarias, y en una cocina situada entre el salón de usos múltiples y el templo, se elaboraba un almuerzo bien casero. 
Los queridos viejos del barrio asistían al salón, buscaban en un envase su porción e incluso a quienes no podían movilizarse se les alcanzaba la comida a su casa. Se tomaba asistencia para que no falte nadie...y cuando eso sucedía, siempre había un vehículo disponible para ver que pasaba con ese abuelo. Yo era pibe, pero me daba cuenta que si esa lista no se repasaba, podía quedar algún viejo con hambre hasta el otro día o estar enfermo. 
El colectivo escolar me dejaba justo en la esquina, siguiendo su trayecto hacia el Barrio Mariano Moreno. Ahí me esperaba mi vieja, Carmen, rodeada de verduras, carne, fideos...manipulando unas ollas de acero inoxidable gigantes, en una cocina de dimensiones importantes. 
Subida a dos escalones que se arrimaban para poder revolver la preparación con una cuchara de madera, haciendo surgir de su interior algo más que una receta...la chance de llenar panza y alma para los viejos que empezaban a aparecer emponchados con la nariz roja del frío y una tímida sonrisa. 
Mucho no podía hacer con mis manos de niño, pero ponía la mesa y empezaba con mis primeras conversaciones “de grande”, descubriendo el paso de los años en esos rostros conocidos de la calle y otros que jamás había visto. Ahí aprendí a leer el cansancio que provoca la vida en la gente que dio todo de si y que nunca estamos exentos de perder lo material o no llegar a fin de mes. 
Los había de todos los oficios, con las manos rasgadas por las herramientas manipuladas por décadas, pero todos al principio tenían algo en común: la voz apagada por la vergüenza de tener que recurrir a buscar comida, ellos que tanto habían laburado y debían disfrutar del descanso. Vi lágrimas de emoción ante un plato que les recordaba la infancia o que ellos les preparaban a su familia. Luego se empezaron a soltar y a compartir risas y anécdotas. 
Descubrí la magia de la comida cuando tiene la misión de sanar, en una sopa de verduras que entibia la boca y se propaga por el cuerpo o en un guiso de arroz que en manos temblorosas era capaz de borrar toda amargura, y un postre de leche que animaba los corazones. 
Tras el almuerzo, solía acompañar hasta la casa a alguno de esos abuelos, y me quedaba unos minutos compartiendo una charla o un mate. 
Tardé mucho tiempo en darme cuenta de lo que se hacía en ese lugar, no era solo dar de comer, el valor de la solidaridad, el poder de templar el ser que tiene la cocina, el tesoro de la palabra y la escucha cuando se los ofrece a quien la necesitan tanto como un pedazo de pan. 
Una crisis, falta de comida, descuido hacia los viejos, la vida que se repite en ciclos, donde la salida siempre está en la mano tendida a tiempo, en gente solidaria, en aprendizajes que son eternos. 
Vinieron otros momentos igual o más importantes, pero ese año '89 fue el que selló los valores que mi vieja me inculcó para afrontar mi existencia. Esos viejos ya partieron, también mi mamá, pero la cocina de la Capilla San Roque y ese invierno, es uno de los lugares que me permitieron madurar como hombre, valorar a los viejos y agradecer cada plato de comida que se pone en mi mesa a diario.
                                              Jorge Dip

Jorge, con la riqueza literaria que lo caracteriza ha escrito otros cinco textos en este Blog : "María y los fuegos" que puedes ver desde acá, "Rituales Compartidos", que puedes ver desde aquí  , "Verano en la Sáenz Peña" que puedes ver acá ,  "Carta de Iniciación· que puedes leer en este enlace y "Recordando Malvinas con nostalgia de niño..." , que puedes ver desde acá .

Comentarios

  1. Maravilloso texto, lleno de vida bien vivida...con valores...con ejemplos... y lo relatas tan bello que se vive...Ahí conocí a tu mami, ayudando un poco en esos almuerzos de la querida Capilla San Roque, recuerdo como cocinaba todo con alegría y mucho amor, viéndola pelar el zapallo coreano aprendí a hacerlo...Tal como decís eran tiempos difíciles y desde el gobierno municipal se formó como una especie de comité de crisis y así se ayudaba a pasar el difícil momento. En el Salón Parroquial del centro se armó una especie de proveeduría donde se vendían alimentos a precio de costo o menos... quienes trabajábamos en el Municipio ayudábamos los sábados, y lo recordé a raíz de tu texto...
    Gracias por permitirme compartirlo en el Blog!!!

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  2. Me encantó...Jorge siempre escribe de manera sencilla y a corazón abierto...hermosa época

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  3. Soy Tere...pero se conformó así, no.podemos cambiarla..

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  4. Felicitaciones Jorge hermoso texto y recuerdos tan simple como alcanzar un plato de comida a niño y ancianos . Abrazo

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  5. Me encantó to relato. Conmovedor. Emocionan tus palabras. Nacen desde el corazón. Susana Di Croce

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