Romances con la Número 5, por Jorge Dip


Quizás muchos no conozcan mi trayectoria deportiva, que se desarrolló fundamentalmente en dos o tres escenarios. El deporte elegido, en etapas previas a la oferta de cobertura periodística masiva y diversa en los medios de comunicación, fue el fútbol.
Me inicié en esta pasión cuando recibí de regalo una camiseta y pantalón del xeneise, siendo mi cuerpo frágil y todavía mis rulos ondeaban al viento. Los colores eran bien definidos en azul y amarillo, si publicidades y con una tela que raspaba, carente de tecnología para aumentar el rendimiento. La pelota n° 5 complementó el kit para el aspirante a jugador que el turquito de la Saénz Peña necesitaba para lograr el primer hito de su carrera, llegar a la primera de Boca, jugar en la Bombonera y colgarse del alambrado con el Diego y otros atorrantes divinos.
La meta se cumplió antes de lo previsto, ya que la primera noche, con la adrenalina del regalo y las ganas inocentes de un purrete del interior bonaerense, el primer sueño me transportó a una cancha que no conocía, que aturdía y cobijaba a la vez. Los botines Fulvence bien atados, como había visto en las fotos de la revista El Gráfico que siempre hojeaba en la peluquería de “Caruso” Barrio y a soñar de lo lindo….
Ese fue mi primer partido de la cancha que más satisfacciones me dio en la infancia y adentrada la adolescencia: la cama en la habitación de mi casa. En el debut me fue bastante bien, siendo un niño no conocía las destrezas con el balón e idealizaba cada jugada, me distraía con la hinchada ya que le costaba hacer un canto con mi apellido, imposible de rimar. Pude meter un pase de gol, en esa época donde no se lo consideraba en las estadísticas como asistencia y, en el área, el arquero de un equipo desconocido me tapó un mano a mano por estar mirando el lugar donde iba a festejar el gol para salir en la tapa de los diarios.
Ahí se inició una etapa de días y vueltas, de encuentros y desamores, ya que los sueños de gloria compartían espacio con el temor a un examen, los cosquilleos del amor y la piba que ocasionalmente se escurría en medio de un partido para cambiar el rumbo del match hacia una caminata en la plaza.
Pero no todo transcurrió en el plano imaginario, ya que una vez, cansado de pegarle al balón contra el paredoncito de casa, esperando una devolución para dar inicio a un pique por calle de tierra hacia el arco de piedras o ladrillos, llegó la invitación a participar de una tarde de potrero. Abrí mis ojos bien grandes, como cuando pasaba el relojero Moller repartiendo caramelos, incrédulo ante dos milagros que se produjeron esa mañana de otoño. El primero, enterarme que la camioneta Chevrolet de los 60’ que conducía el patriarca Luis Mariano “Cacho” García, tenía frenos, algo que no sabía, ya que lo escuchaba disminuir la velocidad a puro cambio cuando enfilaba hacia el centro de la ciudad. Posteriormente, escuchar que me pegara el grito: “Jorgito”!! ¿querés venir después de comer a jugar a la pelota a casa?”. Sin pedir el permiso correspondiente a la vieja, que luchaba con un pedido de empanadas y pasteles que debía entregar ese día, con las rodilllas temblando por el cagazo, asentí con la cabeza…y con un hilito de voz le respondí que sí. “Decile a Joselito también, así somos más”, me manifestó antes de pegar una acelerada que casi tumba la máquina mezcladora que transportaba en la caja con las otras herramientas de albañil.
Con la diplomática tarea de obtener la autorización para no perderme el debut en el “Morumbí” del barrio y conseguir la propia para mi amigazo José Ibáñez, me encaminé a la casa donde mi mamá entonaba una zamba con el delantal lleno de harina y concentrada en su labor. De inmediato, tras el cuestionario correspondiente que generaba un nuevo desafío o aventura, las recomendaciones eternas que se les dan a los hijos, me dio el ok para ir a ver qué pasaba en esa zona de este páramo indefinido que no está contemplado en la cartografía popular sancayetanense como un barrio.
La tarde se presentó soleada y fresca, con la presencia del viento como factor climático preponderante. Allí fuimos con mi compañero de andanzas, pibitos todavía, recorriendo ese par de cuadras largas, a desentrañar el misterio de transpirar en una cancha parecida a la de Independiente, cerca de casa, que contemplábamos con admiración cuando íbamos a comprar verduras a la quinta de los Mancini.
Hasta ahora, lo más cercano a un campo de juego que habíamos pisado era la antigua cancha de fútbol amateur, abandonada, que era un fuerte imaginario de juegos infantiles y hoy es el Vivero Municipal…Justo detrás de ese lugar fue donde nació la canchita de los García, un potrero hermoso que nos regaló las mejores e inocentes tardes que un nene de los 80’ y 90’ podía tener.
Cuando la pelusa del bigote empezaba a sombrearme la cara, mi papá se mudó a la calle 25 de mayo, a media cuadra de la plaza principal. Para un pibe de 13 años, criado en una barriada con pocos contemporáneos, esta fue la noticia del verano. Los que cursábamos en secundario éramos varios… chicos y chicas…lo que permitiría conocer a seres como yo, torpes en los movimientos, para el fútbol o para los primeros besos adolescentes.
Tanto le rompimos las bolas a mi viejo, que permitió que trazáramos una especie de canchita de fútbol 5 (en realidad con 4 por equipo nos amontonábamos). Uno de los arcos tenía como poste lateral un viejo nogal que, bien utilizado, permitía definiciones gloriosas si le dabas justo en la base. Un par de caños lo completaban a la perfección, mientras que en el otro extremo, tres palos de eucaliptus eran el arco local. Los límites, la línea de los arcos, mientras que los laterales estaban marcados por un par de plantas de mandarinas por la derecha y un alambre tejido por la izquierda que nos pinchaba la pelota a menudo…
Esos fueron los estadios donde debo reconocer que jamás le di buen trato al balón, tuve alguna que otra tarde donde atajaba decente y fue un defensor solidario, raspador, temperamental. No soy digno ni merecedor de ningún tipo de elogio, no tuve práctica profesional ni me puse una camiseta por partidos oficiales (excepto los instantes de lo soñado, que no contabiliza ningún medio especializado) , pero sigo amando el fútbol desde una manera casi filosófica, como observador de la conducta de los seres humanos cuando lo practican y me permito, de vez en cuando…escribir unas líneas sobre la redonda, para mi inmanejable, que fue la excusa para compartir con otros locos los gritos de gol en un arco sin redes hecho a puro corazón…..
                                                          Jorge Dip


Jorge, es Locutor Nacional, Conductor y Productor periodístico en Noticiero  " 8400" y "Con sabor a Turismo" en CCTV Canal 2 de San Cayetano. Cofundador y Director de Contenidos de los sitios Web  Caynet (www.caynet.com.ar) Portal de Noticias y Producto Local(www.productolocal.com) relacionado a la difusión de productos regionales.Con la riqueza literaria que lo caracteriza, ha  compartido varios textos en este Blog :  "Carta de Iniciación· que puedes leer en este enlace, "Recordando Malvinas con nostalgia de niño..." , que puedes ver desde acá  , "Aprendizajes en la Capilla San Roque", que puedes leer desde aquí , "María y los fuegos" que puedes leer aquí, "Renovando ilusiones futboleras", que puedes ver acá, y "Rituales compartidos", que puedes encontrar aquí

Comentarios

  1. Gracias Jorge por compartir tan bello y rico texto....no sólo es un relato hermoso de tu niñez y primera adolescencia, sino también es un pincel que con pinceladas de nostalgia nos pinta - y hace recordar- cosas y personas de nuestro pueblo...Hermoso!!!

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  2. Muy bien Jorge!!!!! Te felicito !!!! Es un relato muy bueno !!!! Todo lo que genera la redonda !!!

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