CIEN DÍAS COMO ESTE! por Eduardo Parino
Cento giorni come questo! exclaman los italianos con motivo de un nuevo aniversario, queriendo significar que auguran al cumpleañero muchas celebraciones de igual carácter.
El intento de glosar en pocos párrafos la historia centenaria del Club A. Independiente no se presenta sencillo, más aun, cuando el que escribe, solo puede dar cuenta, en tan dilatado transcurrir, de unos pocos años durante su infancia y adolescencia, en los que residió en el hogar paterno.
Mas, como no suelo esquivar los desafíos, no me arredraré, porque creo que algunas pocas imágenes serán suficientes para ilustrar el alma que animaba a la institución por aquella época y que, hasta hoy, sigue siendo su distintivo.
Sepan perdonar cierta subjetividad y autorreferencialidad en el relato, que no podré evitar.
Mis padres ya habían construido un acendrado vínculo con Independiente al momento de mi nacimiento, y donde iban ellos, allí iba yo, de manera que pude ser testigo de toda la actividad social, institucional y deportiva que por entonces tenía epicentro en el club, que era muy nutrida, por cierto. Conocí los bailes durante los años 60, que tan populares habían sido en las dos décadas precedentes, las orquestas de tango o de música melódica que los animaban, las tanguerías que se organizaban en la confitería de la planta baja; la que tenía el estanque revestido de venecitas, en la que los chicos corríamos a arrojar las monedas de 10 pesos; los concursos de truco y canasta; a los que concurría atraído por el chocolate con churros espolvoreados con azúcar que se servía a las cinco de la tarde, las inolvidables noches de básquet, en las que el gimnasio se convertía en una caldera de aplausos, gritos de aliento, exclamaciones, cánticos. Allí conocí a Alberto Cabrera, gloria del baloncesto bahiense y nacional, y a Polo De Lizaso, cuando ya jugaba para Rivadavia de Necochea.
Aquí la narrativa tomará un tono más personal. No obstante ser una presencia constante en esos eventos deportivos, a los que he hecho referencia, yo jamás protagonizaba uno.
Los mandatos sociales durante la adolescencia suelen ser un problema…a veces un problemón. Y la presión comenzó a arreciar: “¿por qué el hijo del presidente del club no practica ningún deporte?”. En rigor de verdad, yo carecía de la mínima aptitud física para cualquier práctica que requiriese cierta destreza: en fútbol era un patadura “hecho y derecho", en básquet no encestaba una, no era alto ni fuerte ni veloz. Mi padre jamás osó deslizar un comentario al respecto, supongo por convencimiento de estar frente a un caso perdido. Sentí que debía intentar algo, aunque muriese en el intento. Por aquellos años, la compra del predio que se convertiría en la “Pista-Parque Independiente”, dio lugar a un nuevo centro generador de actividades, esta vez, alejado de la sede social. Nuevas disciplinas florecieron, entre ellas el deporte blanco y para eso allí estaban las dos canchas de polvo de ladrillo recientemente inauguradas. Los primeros que se animaron, todos socios relevantes del club, parecían un poco snob, pero en 1977, el primer puesto en el ranking de la ATP conseguido por Vilas desató una “tenis-manía” que derribó todas las barreras. Todo el mundo se calzó los cortos y agarró una raqueta…y allá fui yo, siguiendo la corriente. El club no se anduvo con chiquitas y contrató un entrenador de Mar del Plata, que se apersonaba sábado por medio y venía de la escuela de Felipe Locicero, el maestro de Vilas. Era un treintañero delgado y fibroso, no muy alto y con una melena enrulada como Brian May, el guitarrista de Queen. Nos llevaba al frontón, una línea de tiza marcaba la altura que alcanzaba la red en la cancha, y practicábamos… bajo su atenta mirada. “La rodilla derecha debe bajar 5 cm más durante el golpe”, “el pie izquierdo debe estar 10 cm más adelantado”, nos aleccionaba. Tanta rigurosidad técnica resultaba exasperante para unos muchachitos que no pretendían ser Borg ni Lendl, sino divertirse un rato entre amigos. Por fortuna, un día apareció Alejandro Christiansen, primera raqueta de Costa Sud por entonces, me sustrajo de las garras del pelilargo y me devolvió al polvo de ladrillo. Tenía una gran técnica y era el mejor jugador de la zona. Pese a todo, sus esfuerzos chocaron contra mi mediocridad y el resultado fue magro: un drive decente, un revés menos que aceptable, una volea inexistente y un saque para el olvido. Y así, terminó mi desventura deportiva.
No hay duda que la riqueza de una institución descansa en el capital social representado por socios y adherentes. En el club, esa potencialidad se ponía de manifiesto en múltiples ocasiones, quizás en ninguna otra como durante las competencias de automovilismo, que requerían de la movilización de un ejército de boleteros, cuidadores, banderilleros, cronometradores, jueces de largada, cantineros, anfitriones de los equipos y de la prensa regional, una verdadera legión de colaboradores que aunaban esfuerzos durante semanas para exhibir una organización perfecta. Un memorioso ex-dirigente, me recordó un dato que se había desvanecido de mis recuerdos. En ocasión de los festejos del cincuentenario, la carrera que debía llevarse a cabo el domingo previo fue suspendida por lluvia y reprogramada para el siguiente, es decir, luego de la cena aniversario dispuesta para 600 personas el día sábado. Obligó a que, apagados los brillos del festejo, a altas horas de la madrugada, se trabajara en levantar las mesas dispuestas en el gimnasio para colocar la escenografía de la entrega de premios que se realizaría en el mismo lugar, luego de la carrera, con el tiempo justo para pasar cada uno por su casa, trocar las galas por algo más cómodo y partir a desempeñar los roles establecidos en el circuito, sin tiempo para un mínimo descanso. Ese día se vendieron 6000 entradas, un récord absoluto. Luego de la consagración de los ganadores, a las 21 del domingo, se removió todo vestigio de la misma para que el gimnasio estuviera disponible el lunes para los entrenamientos de básquet. Fue una maratón de 36 horas sin dormir, a pesar de lo cual, nadie se lamentó o expresó queja alguna. Más allá de los trofeos que exhiben las vitrinas, que dan cuenta de la gloria deportiva, es en este espíritu, me atrevo a decir, donde reside el mayor tesoro de Independiente.
Pensar y sentir que todo tiempo pasado fue mejor es un lugar común, lo es también, suponer los despreocupados y lúdicos años de la infancia como los más felices. Aun así, aquellas representaciones de mi San Cayetano natal, vuelven a mí en el recuerdo, como una de las etapas más luminosas de mi existencia y en ella, Independiente ocupa, sin duda, un lugar destacado. La identidad albiazul ha contribuido a forjar ese sentido de pertenencia que nos define y nos vincula al terruño. Por todo ello ¡Feliz Aniversario Albo! …¡cien días como este!
Eduardo Parino
He disfrutado leyendo este bello escrito en el que se trasluce tu tan honda pertenecia y la de tu familia al Club Independiente de nuestro Pueblo, y además me he divertido con tu relato sin vueltas sobre la práctica del deporte y vos...Cien días como este!!!
ResponderEliminarGraciela M. Berti
EliminarQué interesante relato Eduardo, me impacta tu sinceridad.
Sin duda viviste muchos momentos de tu vida junto a tu familia en el club Independiente, y esas huellas son imborrables.
Te recuerdo con gran cariño y disfrut.o tus intervenciones en este espacio.
Fuerte abrazo..
Mil gracias, Graciela. Yo también te recuerdo con gran afecto. Un abz enorme.
EliminarQue hermoso!!!!
ResponderEliminarOrgullo y Pertenencia por el Albo nos unen en tu historia . Gracias familia Parino
ResponderEliminarHermosos recuerdos, y redactados de una forma que parece que se está viendo un video!
ResponderEliminarGracias Flor. Besos.
EliminarHermoso relato ,gracias x compartirlo
ResponderEliminarHermoso recuerdos del Club Independiente
ResponderEliminarUna descripción exacta de tan gratos momentos vividos que reflejan las vivencias únicas que genera nuestro querido albo
ResponderEliminarUn relato que nos hace vivir la historia del Cluv. Excelente Eduardo,gracias por compartirlo.
ResponderEliminarLeerlo fue un regalo a los recuerdos,gracias
ResponderEliminarGracias por compartir y relatar esta vivencia exquisita. Gracias, gracias , gracias familia Parino.
ResponderEliminarMe encantó tu relato, que retrata exactamente lo que vive cada familia ligada al club!! Gracias!!
ResponderEliminarHermoso relato, que retrata exactamente lo que vive cada familia ligada al club!! Gracias!!
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